domingo, 9 de diciembre de 2012

SUEÑO

Ayer tuve noticias de la XIV Travesía por las sierras de Segura y de Alcaraz de la Asociación Torcamajuelo, de Albacete. Una nueva travesía en la que tampoco he podido participar. Sin embargo, las fotos que comparte Vicente Ríos, el presidente, me recuerdan marchas memorables y momentos de camaradería por los que siempre estaré agradecido. Con ellos comencé a conocer y a querer estas sierras fronterizas. Para ellos este recuerdo recreado de un final de ruta de una de las primeras travesías. Sueño es otra pieza breve de La teoría del polvo. Cuentos de las Sierras de Alcaraz y del Segura.

Con los pies martirizados por aquellas botas indómitas, hambriento y somnoliento, procedente de Santiago de la Espada por los Poyos de la Toba, divisé las luces acogedoras de Miller al alcanzar el collado. A lo lejos sobresalía Góntar titilante desde sus terrazas más allá de Las Juntas, que ve confluir los ríos Segura y Zumeta.

Una lúnula creciente resplandecía en la fría noche de diciembre como si fuera llena. Me acompañó un buen tramo del carril y, llegando al barrio alto, invadió una Península Ibérica surgida del éter, perfecta, rosada aún y bañada por un cielo azul marino.

La media luna traspasó el corazón de la nube. El resplandor fue entonces mayor. Los contornos peninsulares se difuminaron y únicamente las regiones más nebulosas, las cordilleras Cantábrica y Carpetovetónica, los Pirineos y el Sistema Penibético negrearon.

En pocos segundos la luna bicorne desembocó por donde acostumbra el Tajo. Navegó inciertamente durante un suspiro y se ahogó en un nubarrón denso. Me detuve. Esperé. Deseé su emersión y desesperé. Reanudé la marcha. La nube ibérica corrió igual suerte al instante.

Los pies presintieron el agua cortante de las acequias. El estómago, los bocados de cabrito que me repondrían. El sueño me había abandonado.

Portillo de Manolo. Cordel de las Almenaras.
Sierra de Alcaraz 

A Manuel Villalba - In Memoriam


domingo, 18 de noviembre de 2012

THE NUMBER OF THE BEAST


Queridos amigos, el blog ha alcanzado las 666 visitas. Permitidme que lo celebre y que conjure la cifra con este guiño musical, dedicado a mis amigos más jevis.
 
Hubo un tiempo en que yo también fui más heavy que cualquier otra cosa, hablando musicalmente. Ahora soy más cata-caldos, ecléctico, todoterreno, … Y, si no os importa, de vez en cuando iré compartiendo preferencias con vosotros.
 
Haciendo clic debajo de la portada del álbum, quedarán inaugurados los guiños musicales de Claroscuro ibérico.

 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA: ¿A QUÉ COÑO VENÍA OTRA HUELGA GENERAL?

Dedico la entrada a los que creen que la huelga general no sirve para nada útil, aunque tal vez no les falte su punto de razón. Yo mismo no sé lo que haría si hubiese una tercera. Pero hablemos de si hay motivos o no. Amigos míos –de derechas, de izquierdas o de lo que seáis–, después de cumplir cada uno con sus deberes laborales, sociales, etc.; qué otra acción no violenta queda sino gritar, desesperada y directamente, a los tímpanos de aquellos que sí tienen el deber y el poder para hacer cosas útiles por el pueblo al que representan. Cómo si no conseguir que los políticos hagan lo que les corresponde hacer, que es dialogar, pactar decisiones y solucionar problemas. ¿Promoviendo más los suicidios, porque parece que así se consigue que los dos principales partidos políticos del país dejen de insultarse sistemáticamente y se sienten a hablar? Obviamente, no.


El país no está para huelgas. Lo que hay que hacer es arrimar el hombro”, he oído decir a más de un político de esos que cobran varios sueldos o que pertenecen a instituciones inoperantes y obsoletas. “La huelga es una falta de respeto hacia los parados”, he oído comentar a personas que defienden el despido libre. “Una huelga no aporta ninguna solución para salir de la crisis”, piensan muchos de los que nos han metido a todos en ella por obra u omisión. “Está muy bien que los funcionarios trabajen más y que se les baje el sueldo. Total, lo público es deficitario”, han llegado a decir, más o menos literalmente, banqueros y empresarios que especularon con el suelo, enladrillaron ciudades y espacios naturales y se enriquecieron a sí mismos –no a su ciudad ni a su región ni al país, sino a ellos y sólo a ellos– en los años del pelotazo; beneficiándose al mismo tiempo del amparo de un estado de derecho, aunque a menudo dudo de él, y de unas infraestructuras y unos servicios públicos. 

 
Qué insensatos somos los que hemos apoyado la Huelga General del día 29 de marzo y la Huelga General de ayer, día 14 de noviembre, ¿no? Lo cierto es que es fácil creérselo, cuando tanta gente “seria” te lo repite y, sobre todo, cuando uno mismo ha sido siempre más partidario de una huelga de celo indefinida si de lo que se trata es de encontrar un modelo productivo eficaz, que incentive a los buenos trabajadores y que deje con el culo al aire a los caraduras, a los vagos y a los malos jefes, donde los haya. Pero no, amigos. Lo que sucede es que inquieta que el pueblo, la masa trabajadora –hace tiempo que se evita esta expresión, pero eso es exactamente lo que seguimos siendo para las élites– tenga opinión, que se una y que proteste ante la injusticia. Eso quiere decir que el sistema, basado en adormecer las conciencias mediante la falacia igualitaria del consumismo, puede fallar. La pena es que no seamos capaces de comunicar bien cuáles son las causas y cuáles los efectos para tapar la boca a los que nos han llamado insensatos.
 
Parece, por lo que explican incluso los líderes sindicales, que una huelga general es solamente la contestación a una reforma laboral o a la desesperación natural de los trabajadores. Y es evidente que esos son los desencadenantes de la consecuente huelga. “Consecuente” porque hasta el propio Presidente del Gobierno anunció la primera como inevitable; entraba en los cálculos. Ahora bien, cuál es la razón por la que trabajadores como yo, bastante opuestos a la modalidad española de sindicalismo, defendamos la necesidad imperiosa de que nos unamos de una vez y nos plantemos frente al sistema. Y explicaré qué es para mí eso del sistema: el liberalismo descontrolado que se escuda impúdicamente detrás de la palabra “democracia”. Preguntaba cuál era la razón aunque creo que ya he contestado. La razón es este sistema que propugna la ausencia de reglas según para quién o, lo que es igual, la ley del más fuerte, como en la jungla; la ley de quien gaste menos escrúpulos con tal de conservar el poder o de conseguir más dinero.
 
En esta bochornosa y bien cacareada economía global se acaparan, por ejemplo, las cosechas de alimentos básicos del futuro a precios actuales para, luego, multiplicar su valor artificialmente antes de venderlos aunque sea a la región más pobre del planeta. Traslademos esta pauta a la industria del armamento, a la industria farmacéutica, al sector de la construcción y de los servicios y al de la economía financiera, la economía virtual que, sin embargo, ha provocado efectos tan devastadores y tan reales, etc. Pues bien, así hemos sido agredidos los ciudadanos corrientes, los trabajadores, por los mismos que ahora exigen que arrimemos el hombro más y más y más. Mientras tanto, a todos esos sinvergüenzas sin escrúpulos, a los especuladores de la banca y de la burbuja inmobiliaria, a los enriquecidos del pelotazo, a los delincuentes financieros, que estafan a su entidad y a la clientela y aún siguen cobrando sus sueldos indecentes o que, si acaso son condenados, cumplen penas de unos pocos años y luego se reinsertan en la sociedad disfrutando de los millones que desviaron, a los “profesionales” de la economía sumergida y de la contabilidad en “B”, … ¿Quién les exige a esos no ya que devuelvan lo que se apropiaron sino que arrimen el hombro ahora?
 
Por cierto, aclararé que cuando hablo de ciudadanos corrientes no hablo sólo de los trabajadores asalariados sino también de los pequeños y medianos empresarios, aunque a buena parte de estos les guste considerarse del otro lado, como si el liberalismo y la desregulación que propugnan los partidos conservadores les hiciesen algún favor. Esos partidos, en la práctica –nunca de palabra, claro– han defendido y defenderán hasta la muerte los intereses del gran capital: las grandes multinacionales, las grandes corporaciones, los lobbies y los lobos feroces de la bolsa. A propósito de lo cual, ahora introduciré una anti-aclaración. ¿En qué consistió entonces el llamado milagro económico español, aquel milagro tan ecuménico que no ha dejado ni un céntimo de riqueza en el país? ¿No se produjo en la época en que se vendieron las empresas públicas del Estado español a amigos y a familiares y en la que llovían los fondos de cohesión europeos? Ojalá los caminos del Señor fuesen un poco menos inescrutables. 


Si todavía alguien se preguntase o afirmase a qué coño venía otra huelga general, yo le diría que venir, venía y que no venía a uno sino a varios y muy gordos (coños). La huelga es lo más suave que, dada la coyuntura, podíamos hacer los trabajadores. No es lo único y no es lo más eficaz, pero es el principio de todo lo que aún queda por defender y por hacer, por nosotros y por nuestros congéneres, entre los que se encuentran los parados y las generaciones más jóvenes. Las Huelgas Generales del 29 de marzo y del 14 de noviembre de 2012 han sido protestas justas y legítimas que no se han olvidado de los parados, ni de los que ya están ni de todos cuantos aún llegarán a estar; que no son la solución sino momentos fulminantes para tantas otras cosas que hay que hacer a partir de ahora; que han encauzado la voz de todos los que, en huelga o no, se están cansando de pagar siempre: en época de bonanza, mientras algunos se enriquecen, para que el país sea competitivo y, en época de crisis, cuando nadie sabe a dónde han ido a parar aquellos beneficios, para sacar al país de la crisis.

Las soluciones de verdad, las que empiezan por hacer justicia, están al alcance de las manos –unas veces atadas, otras veces cobardes, muchas veces sucias– de nuestros políticos y sindicalistas y de nuestros tribunales. Pero los presuntos representantes del pueblo en las decenas de cámaras, órganos y parlamentos –esa es otra– no las van a abordar “por las buenas”. Y los magistrados no imparten justicia necesariamente, aplican leyes. Debemos plantarnos unidos y darles el empujón que necesitan. Somos la inmensa mayoría, de derechas o de izquierdas, en este país. Somos los que trabajamos y somos despedidos; somos los que siempre pagamos nuestros impuestos; somos los que tenemos que ser buenos y consumir para que la economía crezca, aunque nos bajen los sueldos; somos el verdadero motor del país, con superávit y con déficit. Y, para colmo, por ir a la huelga somos los irresponsables en este país de pillos gloriosos, pan y fútbol. Qué honor, lo somos todo en España. ¡Pues entonces QUE NOS ESCUCHEN y QUE NOS DEFIENDAN de una puñetera vez!

miércoles, 7 de noviembre de 2012

POR LOS CERROS DE GRANADA - 1 

Cartuja – El Fargue – Lomas del Hornillo, de Casa Blanca y del Hospicio – Río Darro – Dehesa del Generalife – Sacromonte

En una mañana de domingo, cualquiera puede practicar múltiples y ociosas ocupaciones. Si a alguien le interesa leer lo que hace este caminante cuando se encuentra en un lugar rodeado de lomas, cerros o picos, que continúe. Aunque algún día saldré por los cerros de Úbeda, primero les haré justicia a los de mi ciudad natal.

Domingo, día 4 de noviembre: festividad de San Carlos Borromeo. Lo menciono por ser mi onomástica. Amanece lluvioso aunque escampa temprano. Sé que el terreno estará embarrado y sé que aún podría seguir lloviznando. Qué más da. La brisa suave que sopla del sur es cálida y la “suerte ayuda a los audaces” si son prudentes primero, con la venia de Publio Virgilio. Ni el día anterior ni hoy han sido propicios para crestear por los Alayos del río Dílar, en Sierra Nevada. En cambio, una caminata matutina por los montes que acotan la ciudad por el noreste puede ser más adecuada.

Esta es una de las comodidades que echo de menos al vivir fuera de Granada. Salir de casa a pie, calzado con la botas de montaña, y alcanzar en pocos cientos de metros o en un par de kilómetros a lo sumo, las estribaciones de alguna sierra. El objetivo de hoy es la zona que tradicionalmente ha servido de paso hacia el norte de la provincia, entre la Sierra de la Alfaguara y el río Darro, que nace de sus barrancos. Casualmente, antes de ayer me acerqué a las trincheras del Cerro del Maullo, desde donde se domina el primer tramo del barranco que ya recibe el nombre del afluente del Genil.


Salgo de la ciudad por la Calle Real y subo al Campus Universitario buscando el Mirador de Cartuja, cuyo templete no deja de intrigarme. Desde él puede recorrerse visualmente la Vega de Granada, desde la Silleta del Padúl y el Suspiro del Moro hasta la Sierra del Campanario. Entre medias, Sierra Elvira. Prosigo para doblar a media ladera, entre el alto de El Tambor y la Casería de Montijo, hacia El Fargue. Frente a mí tengo los puntales ocupados por el olivar que descienden desde Alfacar y Víznar hasta la ciudad y, al otro lado del barranco del tercer río de Granada, la Alquería del Beiro.

Cruzo la carretera de Murcia (N-342) por el punto del que parte la pista que asciende a la antena de Radio Granada. Y de ahí a El Fargue, por la loma del Cortijo de las Monjas, apenas se tarda veinte minutos. Este barrio alto de Granada, que creció al borde de la carretera y en torno a la fábrica nacional de pólvora y explosivos, parece desperezarse todavía en esta mañana gris. Y quién no – yo no cuento. Para evitar la maleza que cierra los vadillos de estos barrancos, me dispongo a recorrer todo el barrio hasta el camino que lleva al Cortijo Nuevo desde la carretera. Lo que ocurre es que me impaciento y desciendo al Barranco de la Ermita. Así acorto y, de paso, me obligo a saltar una cerca de alambre de espino flanqueada por zarzas. No lo puedo remediar.

En la cuerda de la Loma del Hornillo contraría ver el Cortijo Nuevo en desuso. La oscuridad de la mañana acentúa la desazón, por poco tiempo. Mientras me refresco, decido redondear la ruta cuando miro a las Lomas de Casa Blanca y del Hospicio, tocadas con sus cortijos respectivos. Por qué no llegar hasta el Cortijo de Jesús del Valle antes de dar la vuelta. Puede que haya que apretar el paso y hacer algunos tramos corriendo para no perderme la comida familiar. El interés deportivo de la ruta crece con esos desniveles.


Por lo pronto, las aguas del Barranco de la Carabela vienen crecidas, no hay puente en el vado y, a ambos lados del arroyo, hay más de metro y medio de barro. Las ganas de cruzar aguzan el ingenio para evitar mojarse. Evitar el barro va a ser imposible. Rodeo Casa Blanca por su ladera suroeste para enlazar con el sendero que desciende al Barranco del Teatino. Poniéndome en lo peor, me hago con una pértiga tan bien desbastada que alguien debe de haberla usado antes para varear. Por suerte aquí hay un puente de obra. El alivio me impulsa a correr, Loma del Hospicio arriba y Cerro de los Pinos abajo.


Entre los olivos, asoma el Cortijo de Jesús del Valle, en la curva en la que el cauce del Darro toma la dirección de la ciudad. Al otro lado del valle queda el Cerro del Sol, el puntal oriental de los Llanos de la Perdiz. Ya sólo hay que bajar hasta la ribera del río, donde compiten en matices otoñales los álamos con los castaños y con los nogales, las encinas con los cipreses, los granados con los caquis y los olivos de hoja casi blanca con todo lo demás. Mi ruta se civiliza cuando cruza a la margen izquierda y continúa por el trazado del recorrido periurbano del Parque Natural de la Dehesa del Generalife para luego volver a la margen derecha y entrar en el asfalto, pasando por las Casas del Hornillo, el barrio de la Abadía del Sacromonte y el barrio de las cuevas.
  
Acorto la vuelta a casa por el Albayzín. Compro pasteles en Plaza Larga pensando en la merienda; aunque antes devoraría un buey por las patas o una ración doble de paella de mamá. Al terminar, habré hecho algo menos de 18 kilómetros en cuatro horas y media.


miércoles, 17 de octubre de 2012

ARREBOL DE SEPTIEMBRE

Puede que esta pieza breve de La teoría del polvo. Cuentos de las Sierras de Alcaraz y del Segura llegue un par de semanas tarde, mirando el calendario. Puede que todavía llegue a tiempo, mirando el cielo. En cualquier caso, espero que ayude a poner en su sitio las servidumbres más superfluas de la vida de hoy.


Arrebol. Aún sin comprenderla es una palabra lo bastante hermosa para beberla despacio. Una bocanada de luz ruborizada, veteada de oro y púrpura, que retumba en el paladar.

Desde los balcones de la paciencia, no es difícil contemplar las arreboladas a esas horas que las convocan. En cambio, las arreboladas como estas que clausuran el estío apenas son imaginables hasta que asaltan a su espectador.
 
Los muros derruidos y los túmulos marmóreos del castillo de Riópar comparten la cima de El Borrucal, un promontorio de hierba mullida, su balcón con vistas a la Umbría del Molino, a la Solana de Miraflores y al Puerto de Crucetas, desde donde se contempla un escenario que turba.
 
El cielo que recibe la tormenta de septiembre preludia la vecindad, al otro lado de esos barrancos, donde el idioma se arabiza más. A este lado, la tierra exuda las últimas briznas de ocre, que se retiran del valle ascendiendo a las lomas y a los picos para remolonear por poco ya.
 
Esa acuarela, capturada entre el estío y el otoño, repleta de matices etéreos que descienden con el relente a los puertos que conducen a Andalucía, a los laberintos de piedra que serpean hasta el mar no tan lejano, por donde muere La Mancha como el rescoldo de una lumbre, me ha susurrado, lentamente, en el ánimo: tempus fugit.
 

sábado, 6 de octubre de 2012

ESPAÑA: MANIFESTACIONES y PROTESTAS versus DESPOTISMO y PLUTOCRACIA

Esta nueva entrada inaugura el componente ibérico de Claroscuro. Y, lo siento mucho, no se trata ni de Guijuelo ni de Jabugo. Veréis.

Dicen ahora los que, por ejemplo, han movilizado a decenas de miles de familias para ocupar la calle y manifestarse a favor de la “libertad de elección de centro docente” de la clase alta – en la actualidad, la mayoría de la población no goza plenamente siquiera del derecho a una educación pública digna; si alguien lo duda, que pregunte a cualquier familia española que viva en un barrio, en una ciudad dormitorio o en el medio rural, a cualquier familia corriente con recursos económicos modestos y sin contactos influyentes – …

Dicen ahora los que, por ejemplo, han protestado en contra de la Educación para la ciudadanía y a favor de la Religión católica, como si ésta sola pudiese asegurar la convivencia pacífica y una sociedad justa de ciudadanos responsables y comprometidos con sus congéneres y con su país – cuando abundan los católicos que desprecian al prójimo si es humilde, que se entregan al lujo y a la lujuria (pro y contra natura), estafan, mienten, practican la usura, prevarican, roban o incluso hacen fortuna fabricando armas para que se maten “los pobres del tercer mundo”; y dudo que la Iglesia católica haya excomulgado alguna vez por tales pecados – …
 
 
Dicen ahora, sin ejemplos, los que han accedido al gobierno del Estado y de las comunidades autónomas, y aún esperan acceder al gobierno de algunas más, ocultando a los votantes sus paquetes de medidas descomunales (perdón) – porque su objetivo, tan cierto como inconfesable, es blindar los intereses de las grandes corporaciones y los grandes patrimonios, supuestamente para evitar su evasión aunque suelen estar gestionados por amigos o familiares; de ahí la amnistía fiscal y las exenciones tributarias (una suerte de “chantaje con secuestro del Estado”) – …
 
Pues bien, esos dicen que nos jodamos. Pudo oírse literalmente en la sesión del día 12 de julio de 2012 del Congreso de los Diputados del Estado español. Y dicen ahora que lo hagamos en casa y en silencio. Y que no es lícito manifestarse, protestar en la vía pública, ni porque el gobierno haya ocultado su verdadero programa de actuación para que le voten ni porque trate al pueblo español de manera autoritaria mientras concede tratos de favor a los ricos del país, que siguen multiplicando sus beneficios con la recesión económica.
 
 
No sé si anticipar mi opinión con una carcajada seca o con un tururú. Lo que sí os digo es que protestar es lícito y, más que eso, es una obligación cívica. La dictadura que se ha revelado con toda su obscenidad se llama plutocracia. Y los que no pertenecemos al Club somos el pueblo y tenemos la razón. Y ningún violento adoctrinado, matón a sueldo o vándalo ni ningún político acomodado puede quitárnosla desde el escaño. Eso también tiene nombre. Se llama despotismo.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

TRIPLE SEC

Mi amiga Eva P. –Evita dinamita– catalogó esta ocurrencia dentro del culto al dios de las pequeñas cosas. Y yo sostengo que las pequeñas cosas y los encuentros fugaces matizan la vida más de lo que queremos admitir. Por cierto, la ocurrencia consiste en haber escrito, en mayo de 2012, sobre este encuentro de junio de 2001.


Caminaba por la Calle Zapateros con mi hijo, un renacuajo de pocos meses pegado a mí por medio de uno de esos marsupios. Ni yo sospechaba que transitábamos por delante del que, años después, sería su colegio; de modo que el renacuajo dormitaba apaciblemente, mecido por mis pasos, hasta que el calor de los últimos días de la primavera, junto con el de mi cuerpo, lo despertó. Cuando le susurraba algo tranquilizador, llamamos la atención de alguien que venía de frente, directo hacia nosotros.
 
El hombre, de algo más que de mediana edad, de poco menos que de mediana estatura, de vientre previsor, de piel bronceada con mesura, de pelo y mostacho despeinados y entrecanos, presentaba otra característica que inmediatamente me recordó al de otro encuentro ocurrido en Jerez años antes. Aunque el transeúnte venía de frente y directo, su figura y su trayectoria rehuían la línea recta.

Al tenerlo delante –dada su intención evidente de acercarse al pequeño, no traté de esquivarlo– comprobé su porte, el buen tejido del polo, desabrochado hasta el último botón, el corte de la americana y la bonita congestión que lucía. El señor se irguió, me sonrió y, acariciando los finos pelillos del niño, interpeló sin dejar de mirarlo: “Qué rubio tan guapo. ¿Cómo se llama?” (…) “¿Álvaro? Nombre visigodo. Bien elegido.” Hasta ese instante, un encuentro fortuito y corriente. Álvaro atraía a bastantes señores y a muchas más señoras.

Así comenzó esta epifanía mixta, entre emocional y olfativa. ¿Quién era este tipo tan arreglado y correcto que, rotundamente, venía de vaciar copas? ¿Y qué clase de emanación, no puede decirse que fuese desagradable, era aquella que le aromatizaba el aliento? Habría detalles más intrigantes en su persona. Sin embargo ese fue el que me mantuvo más desconcertado desde el primer minuto. ¿Ginebra, ron? No. ¿Whiskey? No, claro que no. ¿Brandy, en este tiempo?

“¿Ahí va cómodo el niño?”, preguntó con interés. Durante la breve exposición de las ventajas e inconvenientes que hice del complemento porta-bebés, el interés del señor se mudó a la explicación misma. “Usted no tiene acento de por aquí. Usted parece andaluz. Un tanto castellanizado, pero andaluz. De Granada capital, ¿puede ser?” Antes de explicarle nada sobre el habla diatópico de un servidor, dio por sentado mi origen y continuó con sus pesquisas: “Residirá en Albacete por razones profesionales, supongo.” Ni yo estaba dispuesto a dar tantas explicaciones a un desconocido, por educado que fuese, ni él las necesitaba en realidad; pero por cortesía no iba a quedar y alguna cosa le confirmé.

“¡Ay, Granada! Yo he vivido largas temporadas en la ciudad. De hecho tengo allí un palacete, en San Juan de los Reyes. ¿Conoce la calle?” (…) “Efectivamente. Pues allí está, llegando al Chapiz”. Cuánto le satisfizo constatar que su evaluación de mi acento había sido acertada. “Apenas me acerco por allí ahora, pero he disfrutado mucho en mi juventud. ¿Vuelve usted a menudo?” (…) “Claro. Veo que compartimos el mismo gusto. Yo también acostumbraba a pasear entre el bajo Albayzín y el Realejo, siempre antes del aperitivo, y por el Sacromonte, habitualmente al anochecer. No deje de hacerlo mientras el corazón y las piernas se lo permitan”. ¡Diantre! ¿A qué olía?

En Jerez fue fácil reconocer la mezcla de amontillado y de brandy en la que flotaban las sílabas de aquel otro driblador de rectas. Necesitaba una dirección, no recuerdo cuál. Lo que sí recuerdo nítidamente es la solitaria Calle Sevilla bajo el sol de justicia de las cuatro de la tarde, en el mes de julio, y la inexplicable discontinuidad de aquella cogorza de solera. No había tenido más remedio que abordar al único alma en cientos de metros por más que se aproximara tambaleándose no sin control, acaso bien ejercitado. El alarde culminó cuando el hombre se estiró las solapas y carraspeó aclarándose la voz, mientras se alisaba los rizos engominados de las sienes, para darme la indicación más clara y correcta, en la sintaxis y en las maneras, que me han dado en castellano en la vida. Ni qué decir tiene que, finalizada la explicación, volvió a lo suyo.

“¡Bueno, hombre, bueno! Cuide mucho a esta criaturita”; dijo al propinarme la palmada condescendiente de los capos italianos y de los viejos terratenientes, esa que abarca media mejilla, la oreja y parte del cuello. “¿Cómo se llama usted?” Habría sido el colmo que lo hubiese adivinado. “Ha sido un placer, Carlos.” Y, sin más ceremonia, encadenó tres nombres propios seguidos de varios patronímicos renombrados en la ciudad y la apostilla “Marqués de Larios. A su disposición”.

En aquella época no sabía siquiera lo poco que sé hoy sobre las vicisitudes de la Casa de Larios, por lo que ni creí ni dejé de creer a aquel personaje. Me quedé mirando cómo se alejaba. Le llevó unos veinte pasos reanudar su movimiento uniformemente rectífugo. Lo que siempre he admitido es que casi me convenció por la depurada actuación y porque por fin creí haber dado con el refinado licor. Jamás he vuelto a toparme con una melopea tan coherente y elegante como la de Larios.