domingo, 2 de abril de 2017

Nadie vive en Pradomira (4/4) 


La burla

Les mandé una carta y a las pocas semanas recibí otra de Tele 5 con su ese y todo.

Con el membrete.

Con eso. La familia no quería que fuera pero allí que me fui. Desde aquí a Yeste. De Yeste a Hellín y luego a Albacete. En Albacete voy a coger el autobús y pregunto en la estación: ¿Cuál es el que sale para Madrid? ¡Ese que va por ahí! Corra, que no lo pilla. Salgo corriendo y ¡pum! Me eché abajo la ceja con una puerta de esas de cristales. Si es que no se ven. Me querían llevar al hospital. Yo dije que no. Me curaron y me monté en el siguiente autobús. A Madrid llegué ya tarde. Me apeé en Atocha. ¡Diablo! ¡Qué grande es aquello! No se crean que me daba miedo. Yo no había salido de la sierra pero llevaba mi dinero en el calcetín y preguntando yo sabía que tenía que encontrar Tele 5. Vi a una pareja de la policía y me acerqué. ¿Y quieren saber lo que me contestaron? Oiga usted, nosotros no estamos aquí para dar indicaciones. El policía, con esas palabras. Pues bueno. Me fui a los taxis y le dije a uno que me llevara a Tele 5. Me dejó en la misma puerta. Conque entro y allí en la puerta me preguntan que adónde voy. Al 50X15, les digo yo. Entonces van y me piden la carta. Tiene que haber recibido una carta nuestra. Aquí está la carta. Yo vi que comentaban algo entre ellos. Luego se metió uno para dentro con la carta y al salir me preguntó que si estaba seguro. Yo contesté que allí tenían la carta. Me respondieron que la carta no la habían mandado ellos, pero que iban a llamar al programa por si había alguna equivocación. Eso hicieron. Y no había equivocación. Empecé a cavilar y dije: ¡Tate! Los del camping me la han jugado. Anda que fueron para enviarme aviso siquiera cinco minutos antes de coger el autobús en Yeste. Ni media. Por eso no quiero yo que se enteren de más de una cosa. El caso es que, ya que estaba en Tele 5, no me iba a ir de allí sin concursar. Me dicen ¿Usted ha venido preparado? Los del programa son muy exigentes para seleccionar a los concursantes. Cuando puedo me informo de las cosas que pasan, les dije. Vamos a ver, señor, espere. El que viene a Tele 5 no se va de vacío. Volvieron a llamar al programa y parece ser que tenían a todos los concursantes del día, pero para el público podía pasar. Iba más arreglado que ahora. Llevaba un pantalón como este limpio y una chaqueta. Y me metieron. ¡Qué cosa más agradable y qué bien hecho que está! Se ve allí mejor que por la tele.

Entonces ha estado en el programa de verdad.

Nosotros hemos estado en Canal + y en Tele 5.

Yo jamás he ido a la televisión.

Pues es bonico de ir.

O sea, que al final casi consiguió lo que quería y lo pasó bien.

Que si lo pasé bien. Luego, aquella noche fue la más bonica de mi vida. Verán lo que pasó. Cuando terminó el programa, todo el mundo se montó en los autobuses y se fue. Yo, ni era hora de que me volviera ni tenía pensión donde parar. Me acordé de que me habían anotado una dirección y me fui a una parada de taxis. Me monto en el primero y el taxista me dice que no me lleva  a esa dirección. El segundo lo mismo. Me monto en otro y dice que me lleva, pero cuando le digo que los dos de antes no me habían querido llevar éste dice que entonces él tampoco. ¿Me van a dejar entre todos aquí, con este frío (era invierno) y sin sitio donde parar? Venga, lo llevo a un local que conozco. Decía que las pensiones estaban hasta los topes. Me llevó a una discoteca, a un club de esos grandes en los que hay que empezar a pagar antes de entrar. Me cobraban dos mil pesetas. Sin haber visto nada. Le pedí al portero que me dejara pasar y si me gustaba lo de dentro me quedaría y subiría a pagar. Conque bajé unas escaleras larguísimas. Abajo había un salón como yo no había visto otro igual. No había mucha gente, pero en la barra y en la pista de baile había unas mozas bailando. Me quedé. Subí a la puerta y le dije al portero que me perdonara las dos mil pesetas, que abajo haría unas consumiciones. Y me dejó volver. Allí me quedé toda la noche con una consumición que me costó mil quinientas. Estuve bien a gusto. No hice nada. Hablé con tres mujeres muy alegres y miré a las que bailaban. Yo no había visto a una mujer antes, así que aquello fue como ver el paraíso. Ya le digo, la noche más bonica de mi vida. Hasta las nueve me quedé. A media mañana me monté en el autobús y me vine para Yeste.


La despedida

El sol estaba demasiado alto, pero había que reanudar la marcha. Francisco, tenemos que irnos.

Tienen por delante un buen paseo. Yo les acompañaría a la Sima pero esta pierna no anda bien y tengo que prepararme antes de merendar.

No comprendimos bien aquello de prepararse para merendar. Nosotros hemos consumido aquí el tiempo del almuerzo y de la merienda. Ha sido un placer conocerlo.

Igualmente. Y les agradezco mucho lo de las cartas. Me da un poco de vergüenza. Arriba tengo dinero, pero nada suelto. ¿Cuánto cuesta un sobre y un sello?

Menos de treinta céntimos, dije sin la certeza de que Francisco dominase el manejo de la nueva moneda. No piense en eso. No tiene que darnos nada.

¿Pero sabe lo que son los euros? Oí detrás de mí.

¿Los euros? ¡Claro, mujer!

Nada. La carta para Rosana, en limpio y en buen papel, estará en el correo lo que tarde en estar revelada la foto que le he hecho para ella.

¿Eso cuánto tiempo es?

Mañana nos vamos, de modo que dentro de tres días. Le enviaré otra copia a usted. Ya verá qué bien sale la vaguada con el Calar del Mundo al fondo.

¿Todo eso ha salido en la foto?

Y bien bonito.

¡Cucha! Parece mentira.

Ya lo verá.

El sendero pasa por el cortijo. Vengan y tómense un vaso de vino.

No se le había olvidado la invitación. Con este calor y con lo que nos espera será mejor que no bebamos vino.

Un trago aunque sea.

Muchas gracias. Nos hemos repuesto con el agua.

Llegando al cortijo insistió: tómese un vaso usted por lo menos.

Estando familiarizado con ese mostazo prehistórico que elaboran y consumen en los barrancos más recónditos de las sierras del Segura y de Alcaraz, la voluntad se me resistía. La cortesía, en cambio, aconsejaba aceptar. Beberé sólo unos sorbos. Me sienta mal el vino antes de caminar. Esperé en vano algún signo de empatía en las caras de mis compañeros de marcha. Quise creer que estaban tan contentos por librarse del agasajo que no querían ni mirar.

Francisco subió por una escalera exterior de obra bastante regular hasta su cuarto. Lo seguí. Fernando, Antonio y Pipo subieron detrás. El cuarto era un habitáculo negro, cuadrado y minúsculo si se lo comparaba con el resto de la construcción. No tenía más que un ventanuco estrecho, una mesa con un plato y un vaso sucios, unas pilas de latas de conserva, una garrafa de unas tres arrobas en el suelo debajo de la mesa y, en un rincón, un hogar hosco con las ascuas extinguidas y las cenizas responsables del tizne de las paredes en ausencia de la chimenea.

Mi huésped cogió el vaso de plástico de la mesa, vació el culo, lo enjuagó y de la garrafa llenó los siete dedos del vaso. Beba.

Gracias, amigo.

Aquí paso las horas cuando no estoy en los pastos. No es mucho pero voy tirando.

Mis compañeros no encontraban calificativos y yo estaba atragantado. No pude dar más de tres sorbos. Solté el vaso decidido a reanudar la marcha. Cuando pase por aquí otra vez, me detendré a saludarlo; para el otoño seguramente. Cuídese esa pierna y no se preocupe por la carta. A ver si tenemos suerte con Rosana.

No sé yo. Ojalá.

Salimos del cuarto. ¿Ven el sendero? Va por encima del arroyo. Por ahí.

Adiós, Francisco. Hasta el otoño.

Vayan con Dios.


El propietario

Hacia las seis de la tarde ya habíamos pasado calor más que suficiente para desear con vehemencia un buen chapuzón en el río. Acabábamos de descender por la Cañada del Negro y entrábamos en el tramo de pista que recorre la cavea natural de los Palancares. Buscábamos el sendero, más nuevo que el mapa, que nos conduciría desde el final de este tramo a La Moheda, paso obligado camino del Vado de Tús. Por detrás de nosotros se empezó a oír un motor renqueante. Al mirar atrás vimos que venía envuelto en una polvareda.

¡Coche! Nos gritamos de atrás adelante de la fila.

Con curiosidad idéntica a la de los peladores nos miraron los dos hombres montados en otro Land Rover de la misma época. Cuando vimos que iba cargado de piñas secas hasta el techo, entonces les pagamos la curiosidad.

Buenas tardes. Tenemos entendido que enfrente de la Peña de la Cabeza sale un sendero que baja a La Moheda. ¿Está ahí?

¿Adónde van?

Al Vado.

Al Vado vamos nosotros. Por aquí van bien.

Sí, pero nosotros queremos dejar la pista cuanto antes y acortar.

Lo que tienen que hacer entonces es coger el sendero. Ahí delante lo tienen.

Eso es lo que queríamos saber. Tiene que ser muy nuevo. No viene en el mapa.

Hombre, nuevo nuevo no es. Hará ya unos años que lo abrieron. ¿De dónde vienen?

Esta mañana salimos del Vado. Hemos subido al calar por los Voladores y Pradomira.

Se han dado una buena caminata.

Por eso queremos acortar.

¿Y han estado en el Pradomira?

Sí. Hemos estado descansando allí y hemos conocido al pastor que vive en la casa.

En el Pradomira no vive nadie.

Pues hemos estado hablando y almorzando con él más de dos horas. ¿No lo conoce?

El terreno y el cortijo son míos, sí. Pero allí no vive nadie. ¿Quiere alguno que lo llevemos? Sólo uno.

A mí me duele la espalda, saltó Pipo como con resorte.

Venga, pues arriba. Éste cena hoy antes que vosotros. Adiós.

Pipo montó. Mientras el todo-terreno se alejaba a trompicones por la pista, sacó la cabeza y un brazo por la ventanilla y nos dedicó una pedorreta muda.


Fin de la historia.



Parque Natural de los Calares del Mundo y de la Sima. Albacete.
Foto de Antonio Puertas.

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