domingo, 2 de abril de 2017

Nadie vive en Pradomira (2/4) 

Lectura y dátiles

Mire, ya tenemos cuartillas.

¿Cabrá ahí la contestación? Dijo al tiempo que dejaba dos bidones de plástico y un saco en el suelo.

Apretaré la letra y cabrá. Cuando la pase a limpio tendrá otro aspecto.

Esté atento, para contestar después.

Por cierto, ¿cómo se llama?

Me llamo Francisco.

Perfecto, Francisco. Estoy listo.

Siéntese y coja el bolígrafo, me lo tendía con insistencia. No supo decir que no se fiaba del lápiz. No me hice de rogar y cogí el bolígrafo. Un BIC de cuatro tintas que en su día fue el no va más, allá por mi época de colegial.

Venga, que si esto acaba en casamiento serán los primeros invitados.

El clamor unánime aseguraba que gustosamente atenderíamos a la invitación.

Francisco, risueño como el que más, se recostó en la hierba acodado en el brazo derecho mirando al monte. El grupo enfrente. Sus perros, a los que nadie hacía caso, se repartieron entre nosotros e hicieron lo propio con los ojillos muy cerrados, satisfechos por el almuerzo de ese día. Fernando y yo cruzamos miradas divertidas. Los chicos se incorporaron de su modorra desde el primero hasta el último. Yo seguía en pie desbastando los filos de las cuartillas improvisadas.

Siéntese.

Encarna, lees tú, ¿vale? Encarna inició la lectura en tanto que yo me recostaba al lado de Francisco compartiendo la postura y los dátiles.

La de Rosana no era la carta de una persona vulgar, pero comenzaba con un tópico que obligaba a soltar una gran risotada. Francisco celebró la ramplonería tanto como la hilaridad del grupo, aunque habían quedado anticipadas de una manera eficiente cuáles podían ser las aspiraciones amorosas del destinatario. La carta continuaba en tono sensible, cariñoso y desapasionado. Alababa el natural de Francisco y se permitía aconsejarle separar bien la amistad del sexo.

¡Oye! ¿Qué ha dicho ahí?

Amistad y sexo.

A Francisco se le dibujó una sonrisa de picardía y de confusión. Reconocía el segundo sustantivo; sin embargo era muy posible que nunca hubiese salido de sus labios ni de los labios de nadie con quien él hubiese tratado. Seso, se dijo casi para sí como tratando de articular aquel vocablo por vez primera y desde luego sin arriesgarse con la equis.

¿Y qué más dice?

Encarna continuó leyendo el amplísimo catálogo de ocupaciones, verdaderas o inventadas, de Rosana. Francisco no se perdía ni una coma. Para ahí. ¿Qué es eso que ha dicho: una oenegé?

Los bachilleres gozaron de lo lindo explicando el mundo a un señor que no vivía ni fuera ni dentro sino un tanto apartado de él. Aprovechando estas explicaciones en que podía relajar su atención algo más, volvía a los dátiles con mayor dedicación.

Están buenos. ¿De dónde se sacan?

Esto crece en las palmeras.

¿En las palmeras? ¿Pero las palmeras no son esos árboles tan altos que dan plátanos?

Sí, esos mismos. Pero hay palmeras que dan dátiles.

¿Y cómo alcanzan a los dátiles?

La curiosidad de Francisco era tan sincera que uno no podía soslayar ninguna pregunta. Creo que con unas cuerdas sujetas a las manos y a los tobillos, trepan por las palmeras abrazándose al tronco. Y desde arriba lanzan los racimos abajo. Veamos. Los de este paquete, por ejemplo, vienen de Túnez.

Detuvo en el aire uno que estaba a punto de introducirse a la boca. ¿Del África los traen? Preguntó asintiendo al mismo tiempo con la cabeza por la exquisita importación. E igual que las anteriores y las posteriores, la degustación del dátil se completó a bocaditos delicados que parecían destinados a desmenuzar el sabor exótico hasta que sólo quedara el hueso entre el índice y el pulgar. Cuando su atención retornó a Encarna, empujé la bandejita para dejársela toda a él.


Los peladores

En un pasaje prolijo propio de un consultorio sentimental, Rosana le hablaba de ser sincero sin excederse, por pura precaución, y de tener iniciativa.

¿Eso qué es?

¿Iniciativa? Determinación para hacer algo y hacerlo antes que nadie. Los bachilleres no lo hacían mal como preceptores.

Y la sinceridad, yo no sé por qué la menciona. Aparte del ganado, yo le dije que tenía algo de tierra y un chalé en La Moheda, y es verdad. El chalé no está terminado porque no tengo tiempo de dedicarme. Pero no sé, ¿qué les parece hasta ahora la muchacha?

Parece buena.

Se ve que lo aprecia, por los consejos.

¡Ah, sí! Somos muy amigos.

Trabajadora es un rato y sabe hacer de todo. Esa sí que le haría el apaño aquí arriba. El presidente no ha dado con ella todavía o ya la habría hecho ministra de trabajo.

¡Hala, Pipo!

¿Verdad que sí? Reía con gusto Francisco. De pronto se interrumpió y nos pidió silencio con un gesto de los dedos y la cabeza ladeada. El dueño de esto. Bajó por aquí esta mañana y ya vuelve, dijo dirigiéndoseme en tono confidencial. No veíamos a nadie. Se trataba de un ruido retirado aún y guardamos silencio. Es que esto no es mío. Yo se lo tengo alquilado a su dueño. Le pago un dinero por estar aquí con los animales. Y volvía la cabeza en la dirección por la que se aproximaba el ruido de un motor.

Al fin apareció en el Camino de los Voladores, por el lado izquierdo de la vaguada, un viejo Land Rover blanco. Subía costosamente y a sacudidas, tratando de sortear los baches y las rodadas más profundas de la pista.

Son los peladores. ¿No han visto los troncos que hay en el prado?

Sí. Han talado bastante.

Estos han estado dos días sin venir.

Al acercarse vimos las cuatro caras curiosas de los peladores preguntándose qué sería aquel encuentro bucólico. En el ángulo de la curva más cercano el único que hizo un movimiento escueto para saludar fue el conductor, al que Francisco respondió con una casi involuntaria flexión de la muñeca del brazo libre. Nosotros también participamos en el saludo. Giramos los cuellos y los cuerpos hasta que el vehículo enfiló a la casa y tomó la curva para Las Ericas.

Entonces pasará luego.

¿Quién?

El dueño.


Concluye la carta

A Rosana sólo le restaban dos puntos últimos. Uno: que había otro amigo en situación más favorable para alcanzar su corazón, por lo que le aconsejaba ponerse a la cola o buscar a una pastorcilla mejor dispuesta. El otro: una particular receta para un noviazgo feliz, con la que desorientó a su pretendiente de sierra adentro.

Con eso de la cola no sé muy bien lo que ha querido decir.

Que tiene que esperar su turno, como cuando va a la tienda y hay gente, explicó Encarna con gesto de disgusto por lo que leía y lo que había de leer.

Francisco amagó una sonrisa que se tornó en mohín al expulsar el aire contenido por la nariz inclinando la cabeza hacia atrás. Conque tiene otro amigo.

Parece.

Y dice que me busque a una pastorcilla. Tiene gracia, ¿verdad?

Como discrepábamos, proseguimos. A ver, Encarna. Sigue leyendo.

Ya acaba. La receta amorosa, honesta a decir verdad, nos molestó pero contribuyó a superar el pasaje precedente con nuevos comentarios. Los gramos, kilos y toneladas de respeto, comprensión, tolerancia, amistad, ilusión, sinceridad, paciencia, determinación, amor y romanticismo recomendados habían sido medidos tan bien que no dejaban lugar a dudas. Sin embargo los reutilizaríamos para la carta de respuesta, aunque sirviesen para lo mismo que la llamita de un fósforo en mitad de la noche.

Cuídate, Francisco. Hasta la vista. Un beso. Rosana.

Y bien. ¿Qué les parece la muchacha?

Pues que está tan ocupada que necesita unas vacaciones. Hay que invitarla a que venga a visitarlo. Isabel habló con toda convicción y Mireille la apoyó.

Eso es lo que yo pensaba.

Yo iría a Ayna a verla y le daría una sorpresa, salió José.

¡Menuda sorpresa! Estimó el coro.

Yo no puedo moverme de aquí. Tengo que estar con el ganado. La semana que pasé en el hospital se me murieron once animales. Sólo salgo de aquí cuando la cosa se pone demasiado fea, como cuando cae una nevada fuerte. Entonces encierro el ganado, cojo los esquís y bajo al valle. Por un instante olvidamos la cuestión cuando se nos cruzó la imagen de Francisco deslizándose vaguada abajo sobre unos esquís.

Que sí. Que ahí tengo unos esquís que me he hecho yo.

Tiene que venir ella, con el hijo. Apuntó Antonio tras superar no sé cómo un ataque de risa más breve que bien disimulado.

Eso es, el hijo. Por ahí hay que entrar.

¿Ustedes creen?

Claro que sí. El hijo y los padres. Tiene que interesarse por ellos. Ya tenemos el principio para nuestra carta.

Muy bien. Luego nos ocuparemos del amigo ese.


Continúa en la siguiente entrada: Nadie vive en Pradomira (3/4)

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